Ya no recuerdo el año en que todo sucedió. Leyendo mis
diarios pude ver el dolor que sentía desde pequeña. A los 12 ó 13 años mis
primeras cortadas, cada día más grandes, cada día más profundas. Nadie lo notó,
o si lo hicieron, no le dieron importancia, “quizás sólo sea una etapa”. El
dolor seguía creciendo. A los 15 dejé de comer, por primera vez me comenzaba a
sentir bonita, para mí todo se iba a arreglar siendo tan delgada como si fuera
a desaparecer, pero después de los “halagos” por ser delgada comenzaron las
críticas, las burlas. Todo sucedió en muy poco tiempo, cansada de la gente
comencé a comer, cada vez más y más y más. Engordé tanto, mi único remedio:
vomitar, 16 años. Ahí comenzó la pesadilla. Mi adolescencia, los que creí que
serían mis mejores años, los viví en la oscuridad. Mis días consistían en
comer, vomitar, cortarme. Hundida en sangre y vómitos, día tras día. Llegué a
hacerlo en la escuela, y en cuanto llegaba a mi casa no paraba: comía,
vomitaba, comía, vomitaba, 3, 4, 6 veces, unas cuantas cortadas y al fin me
dormía, sólo para despertar al día siguiente en el mismo infierno. Cada vez
peor, más dolor, pero no lo noté, porque me acostumbré a vivir así. Nunca pensé
en la magnitud de mis cortadas, no solo eran antebrazos y muslos, fue todo,
dorso de los pies, piernas, muslos, cadera, abdomen, espalda, pecho, brazos,
hombros, labios y lengua. Corté todo, cada parte de mí. 17 años, finalmente,
casi 100 pastillas: propanolol y fluoxetina. Todo se sentía surreal, me quedé
dormida (convulsioné) y tras un lavado gástrico y unos días internada regresé a
la vida “normal”, pero todo cambió. No podía ir a la escuela, el psiquiatra me
etiquetó como un daño para la sociedad y para mí misma. Perdí el año escolar. No
podía estar sola, no podía tener objetos punzocortantes, estar cerca de
ventanas, medicamentos y muchas cosas más. Me llevaron con médicos y más
médicos, los odiaba, y nadie hizo nada por mí, excepto mi madre. Ella lloró, se
desveló, rezó, gritó. Entendí el daño que le hacía y yo intenté ser mejor,
intenté dejar de dañarme, pero no lo logré. 17 años pero meses más tarde,
sobredosis, de nuevo. Más médicos y la misma historia, nadie me ayudaba, porque
yo no quería ser ayudada. Lo único que pasaba por mi mente era desaparecer,
terminar con el dolor que cargué durante tantos años. Depresión, ansiedad,
trastornos de alimentación, autoflagelación, intentos de suicidio. No sabía
cómo ser feliz, no podía salir de ese agujero, pero ya no podía seguir así, o
me moría o cambiaba mi vida. Así que lo intenté una vez más, luchaba contra mí
misma, contra mis pensamientos dañinos, contra esa adicción a cortarme, luché y
luché, me costaba tanto pero poco a poco pude dejar de lastimarme. Recuerdo la
última vez que me corté, poco antes de comenzar la universidad. Y los años
siguientes no fueron nada fácil. Quizás ya no me cortaba, pero eso no
significaba que los pensamientos hubieran desaparecido, tenía que seguir
luchando, ahora con las cicatrices que quedaron. Día tras día fue una batalla. Pero
el día de hoy, a mis 24 años, puedo decir que lo logré. Fue tan difícil, pero
lo hice. El día de hoy soy feliz.